No hay tregua. No importa que sea en Bilbao o en San Sebastián de los Reyes: en cuanto uno en el cartel arrea, se desatan las confrontaciones. Confrontaciones para hacer el toreo bueno, para llegarle al público, para hacerse con el triunfo. La virtud de la competencia es esa: obliga a sacar lo mejor de uno mismo. Como esta tarde en ‘Sanse’, donde López Simón arreó con el hambre que le corresponde como torero abriéndose paso y Alejandro Talavante y Morante de la Puebla hicieron valer su condición de figuras, con dispar suerte pero igual ambición y responsabilidad. La batalla la permitió una corrida dispar de hechuras y variada de comportamiento que tuvo dos toros buenos: tercero y quinto.
Morante de la Puebla lidió en primer lugar un toro noble y con cierto buen son de Victoriano del Río al que, sin embargo, le faltó transmisión y capacidad de repetir. El de La Puebla, que toreó cadencioso a la verónica, comenzó con muletazos por alto aferrado a tablas e hiló dos buenas series sobre ambas manos. Por el izquierdo, los muletazos fueron magníficos, como toreros y bellos fueron siempre los adornos. Tras pinchazo y estocada, saludó una ovación.
El desorden que la mansedumbre del cuarto provocó en los primeros tercios había quitado la paciencia al público, pero la tanda de derechazos con la que Morante comenzó de verdad su trasteo les devolvió la ilusión. Entrega y muletazos bellos los de Morante, que tiró del toro, le llevó muy tapado y le ligó con temple y expresión. Por el izquierdo fue áspero el toro, aunque no terminase de percibirse hasta que lanzó al torero un derrote destemplado, del que éste salió trastabillado pero enrabietado, para cerrar el trasteo con torero desdén. Pinchazo, estocada buena y oreja.
Alejandro Talavante, que entró en el cartel sustituyendo a José María Manzanares, no tuvo opción y tampoco se entretuvo con el desclasado segundo. Suelto en los primeros tercios, se le picó dónde él quiso y cortó en banderillas para apretar después hacia los adentros. Talavante lo probó por el derecho y el izquierdo, en vano. Estocada, descabello y silencio.
Fue excelente la faena de Talavante al quinto de la tarde. El toro mejor hecho del envío de Victoriano del Río, fue también el que con más clase y recorrido humilló en la muleta. El torero extremeño, paradigma absoluto en este momento de la seguridad y la imaginación, armó series rotundas sobre la mano derecha y series de naturales templadísimos y hondos. Comprendió siempre Talavante la altura a la que el toro quería los cites y así logró sacar lo mejor de él. Cuando el toro se vino a menos, el torero no dejó que la intensidad del trasteo se aplacase y acortó la distancia para seguir toreando con implacable, y expresiva, muy expresiva, seguridad. Estocada entera, dos orejas y vuelta al toro.
Alberto López Simón crujió sobre la mano derecha al tercero de la tarde, un toro de Victoriano del Río al que había aguantado el empuje de salida en varias verónicas de mucha transmisión. En la muleta, el toro viajó con transmisión, a la que se sumó la transmisión del toreo de López Simón: vertical, ceñidísimo y templado. Así labró una faena que habría sudo de dos orejas si el toro dobla a la primera. El premio quedó en una.
El sexto, otro toro bien hechurado, embistió muy bien de salida. Se vería más tarde, porque en los primeros tercios hizo cosas de manso, buscó la querencia del encierro y, en el desorden, recibió castigo sobrado. López Simón, que abrió faena dando sitio al toro y trazando con despaciosidad, se encimó después con mucha seguridad. El toro se amilanó un tanto, perdió la movilidad que le había caracterizado, pero él suplió ese hándicap con el arma de la firmeza donde la firmeza es puro valor: muy cerca de la cara del toro. La valentía, el saber torear y las improvisaciones de riesgo le conectaron con el tendido de una manera evidente. Tras la estocada, el toro tardó en doblar y al puntillero le costó acertar. Dio igual: las dos orejas eran suyas.
Morante de la Puebla, ovación y oreja tras aviso
Alejandro Talavante, silencio y dos orejas tras aviso
López Simón, oreja y dos orejas tras aviso
No hay tregua. No importa que sea en Bilbao o en San Sebastián de los Reyes:
en cuanto uno en el cartel arrea, se desatan las confrontaciones.
Confrontaciones para hacer el toreo bueno, para llegarle al público,
para hacerse con el triunfo. La virtud de la competencia es esa: obliga a
sacar lo mejor de uno mismo. Como esta tarde en ‘Sanse’, donde López Simón arreó con el hambre que le corresponde como torero abriéndose paso y Alejandro Talavante y Morante de la Puebla
hicieron valer su condición de figuras, con dispar suerte pero igual
ambición y responsabilidad. La batalla la permitió una corrida dispar de
hechuras y variada de comportamiento que tuvo dos toros buenos: tercero
y quinto.
Morante de la Puebla lidió en primer lugar un toro noble y con cierto buen son de Victoriano del Río al que, sin embargo, le faltó transmisión y capacidad de repetir. El de La Puebla, que toreó cadencioso a la verónica, comenzó con muletazos por alto aferrado a tablas e hiló dos buenas series sobre ambas manos. Por el izquierdo, los muletazos fueron magníficos, como toreros y bellos fueron siempre los adornos. Tras pinchazo y estocada, saludó una ovación.
El desorden que la mansedumbre del cuarto provocó en los primeros tercios había quitado la paciencia al público, pero la tanda de derechazos con la que Morante comenzó de verdad su trasteo les devolvió la ilusión. Entrega y muletazos bellos los de Morante, que tiró del toro, le llevó muy tapado y le ligó con temple y expresión. Por el izquierdo fue áspero el toro, aunque no terminase de percibirse hasta que lanzó al torero un derrote destemplado, del que éste salió trastabillado pero enrabietado, para cerrar el trasteo con torero desdén. Pinchazo, estocada buena y oreja.
Alejandro Talavante, que entró en el cartel sustituyendo a José María Manzanares, no tuvo opción y tampoco se entretuvo con el desclasado segundo. Suelto en los primeros tercios, se le picó dónde él quiso y cortó en banderillas para apretar después hacia los adentros. Talavante lo probó por el derecho y el izquierdo, en vano. Estocada, descabello y silencio.
Fue excelente la faena de Talavante al quinto de la tarde. El toro mejor hecho del envío de Victoriano del Río, fue también el que con más clase y recorrido humilló en la muleta. El torero extremeño, paradigma absoluto en este momento de la seguridad y la imaginación, armó series rotundas sobre la mano derecha y series de naturales templadísimos y hondos. Comprendió siempre Talavante la altura a la que el toro quería los cites y así logró sacar lo mejor de él. Cuando el toro se vino a menos, el torero no dejó que la intensidad del trasteo se aplacase y acortó la distancia para seguir toreando con implacable, y expresiva, muy expresiva, seguridad. Estocada entera, dos orejas y vuelta al toro.
Alberto López Simón crujió sobre la mano derecha al tercero de la tarde, un toro de Victoriano del Río al que había aguantado el empuje de salida en varias verónicas de mucha transmisión. En la muleta, el toro viajó con transmisión, a la que se sumó la transmisión del toreo de López Simón: vertical, ceñidísimo y templado. Así labró una faena que habría sudo de dos orejas si el toro dobla a la primera. El premio quedó en una.
El sexto, otro toro bien hechurado, embistió muy bien de salida. Se vería más tarde, porque en los primeros tercios hizo cosas de manso, buscó la querencia del encierro y, en el desorden, recibió castigo sobrado. López Simón, que abrió faena dando sitio al toro y trazando con despaciosidad, se encimó después con mucha seguridad. El toro se amilanó un tanto, perdió la movilidad que le había caracterizado, pero él suplió ese hándicap con el arma de la firmeza donde la firmeza es puro valor: muy cerca de la cara del toro. La valentía, el saber torear y las improvisaciones de riesgo le conectaron con el tendido de una manera evidente. Tras la estocada, el toro tardó en doblar y al puntillero le costó acertar. Dio igual: las dos orejas eran suyas.
- See more at: http://www.mundotoro.com/noticia/sanse/1258282#sthash.T7pdmwEq.dpuf
Morante de la Puebla lidió en primer lugar un toro noble y con cierto buen son de Victoriano del Río al que, sin embargo, le faltó transmisión y capacidad de repetir. El de La Puebla, que toreó cadencioso a la verónica, comenzó con muletazos por alto aferrado a tablas e hiló dos buenas series sobre ambas manos. Por el izquierdo, los muletazos fueron magníficos, como toreros y bellos fueron siempre los adornos. Tras pinchazo y estocada, saludó una ovación.
El desorden que la mansedumbre del cuarto provocó en los primeros tercios había quitado la paciencia al público, pero la tanda de derechazos con la que Morante comenzó de verdad su trasteo les devolvió la ilusión. Entrega y muletazos bellos los de Morante, que tiró del toro, le llevó muy tapado y le ligó con temple y expresión. Por el izquierdo fue áspero el toro, aunque no terminase de percibirse hasta que lanzó al torero un derrote destemplado, del que éste salió trastabillado pero enrabietado, para cerrar el trasteo con torero desdén. Pinchazo, estocada buena y oreja.
Alejandro Talavante, que entró en el cartel sustituyendo a José María Manzanares, no tuvo opción y tampoco se entretuvo con el desclasado segundo. Suelto en los primeros tercios, se le picó dónde él quiso y cortó en banderillas para apretar después hacia los adentros. Talavante lo probó por el derecho y el izquierdo, en vano. Estocada, descabello y silencio.
Fue excelente la faena de Talavante al quinto de la tarde. El toro mejor hecho del envío de Victoriano del Río, fue también el que con más clase y recorrido humilló en la muleta. El torero extremeño, paradigma absoluto en este momento de la seguridad y la imaginación, armó series rotundas sobre la mano derecha y series de naturales templadísimos y hondos. Comprendió siempre Talavante la altura a la que el toro quería los cites y así logró sacar lo mejor de él. Cuando el toro se vino a menos, el torero no dejó que la intensidad del trasteo se aplacase y acortó la distancia para seguir toreando con implacable, y expresiva, muy expresiva, seguridad. Estocada entera, dos orejas y vuelta al toro.
Alberto López Simón crujió sobre la mano derecha al tercero de la tarde, un toro de Victoriano del Río al que había aguantado el empuje de salida en varias verónicas de mucha transmisión. En la muleta, el toro viajó con transmisión, a la que se sumó la transmisión del toreo de López Simón: vertical, ceñidísimo y templado. Así labró una faena que habría sudo de dos orejas si el toro dobla a la primera. El premio quedó en una.
El sexto, otro toro bien hechurado, embistió muy bien de salida. Se vería más tarde, porque en los primeros tercios hizo cosas de manso, buscó la querencia del encierro y, en el desorden, recibió castigo sobrado. López Simón, que abrió faena dando sitio al toro y trazando con despaciosidad, se encimó después con mucha seguridad. El toro se amilanó un tanto, perdió la movilidad que le había caracterizado, pero él suplió ese hándicap con el arma de la firmeza donde la firmeza es puro valor: muy cerca de la cara del toro. La valentía, el saber torear y las improvisaciones de riesgo le conectaron con el tendido de una manera evidente. Tras la estocada, el toro tardó en doblar y al puntillero le costó acertar. Dio igual: las dos orejas eran suyas.
|