自然を愛する アメリカ合州国人 の Fir 氏と結ばれ、視野の広い世界で生きて居られるようです。
Para muchos viajeros, Nepal es el paraíso terrenal o, al menos, Shangri-La. Flanqueado por el cordón montañoso del Himalaya y las húmedas junglas de las llanuras indias, es una tierra de yaks y yetis, monasterios y mantras, cumbres nevadas y sherpas, templos y tigres, magia y misterio. Desde que abriera sus fronteras a los forasteros en la década de 1950, esta diminuta nación montañosa ha seducido con un encanto casi místico a los viajeros. Exploradores y alpinistas llegaron para conquistar las cimas más altas, los senderistas para adentrarse por algunos de los senderos más desafiantes del mundo, y los hippies para vagar colocados por poblaciones repletas de templos al final de su periplo por tierra.
Aún es posible encontrar alguno de los primeros freaks
deambulando por las callejuelas de Katmandú, pero se les han unido
legiones de senderistas, ataviados con los últimos equipos técnicos y
atraídos por las sendas accidentadas que suben hasta destinos tan
famosos como el campamento base del Everest y el Santuario del
Annapurna. Otros viajeros acuden fascinados por los descensos en rafting por algún rugiente río o para practicar bungee jumping
en alguna profunda garganta del Himalaya. Los aventureros pueden
liberar adrenalina practicando barranquismo o escalada, y montando en
kayak, parapente o bicicleta de montaña por algunos de los paisajes más
espectaculares del mundo.
El país ha experimentado grandes cambios. Para empezar, ya no es un reino. Una década de alzamientos maoístas y guerra civil terminó con la elección del Partido Comunista y la declaración de Nepal como República Federal el 28 de mayo del 2008. Desde entonces, el último rey nepalí, Gyanendra Bir Bikram Shah Dev, ha desalojado el Palacio Real de Katmandú y se ha trasladado a una modesta casa en Nagarjun. Además, el adjetivo “real” se ha eliminado de los rótulos de la compañía aérea Royal Nepal Airlines y del Real Parque Nacional de Chitwan. Después de años de conflicto, ha vuelto la paz a las montañas y un aire de optimismo domina la nación.
Para los viajeros, esto significa que Nepal vuelve a estar abierto. Los visitantes pueden caminar por los senderos de montaña sin miedo a que los cuadros maoístas les cobren “donaciones” o “impuestos”, o vagar por el campo sin tener que soportar los innumerables controles y registros del ejército que convirtieron los viajes en autobús en un auténtico calvario. Por primera vez en muchos años, los aviones que aterrizan en el aeropuerto de Tribhuvan viajan llenos de senderistas con ropa Gore-Tex y los lodges, hoteles y restaurantes suelen estar completos. Aunque este es solo el principio de un largo proceso de recuperación, los nepalíes ya suspiran aliviados.
Además, desde el cese de las hostilidades han aparecido otras ventajas menos evidentes. Los soldados se han retirado del servicio activo para patrullar por los límites de los parques nacionales, lo que beneficia a la fauna y la flora y perjudica a los cazadores furtivos, que durante el alzamiento redujeron la población de rinocerontes más del 30%. Por otro lado, el Gobierno se ha comprometido a mejorar las condiciones de los trabajadores, algo que no era prioritario en el reinado autocrático de los Shah. En consecuencia, los guías y porteadores cobran más por sus servicios y el viajero deberá apoquinar más que otros años para practicar senderismo.
Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Durante el conflicto, la infraestructura del país se descuidó gravemente, y el sistema de reducción de cargas –una forma educada de denominar los cortes de suministro eléctrico para evitar el colapso de la red– es una realidad diaria en el valle de Katmandú. La escasez de combustible es otro problema: las gasolineras agotan sus reservas con exasperante regularidad y los precios suben vertiginosamente, lo que empuja a muchos habitantes a utilizar leña de unos bosques cada vez más esquilmados. La hidroelectricidad ha sido presentada como la panacea para todos los problemas eléctricos del país, pero la mayor parte de los proyectos aprobados pretenden canalizarla por la frontera con la India y China.
A pesar del relajamiento de los bloqueos, viajar resulta más difícil que antes. Tras décadas de inversión deficiente, la aerolínea nacional solo dispone de cuatro aparatos para vuelos nacionales, por lo que algunas rutas se han abandonado. Las compañías privadas se han hecho cargo de algunas de las más descuidadas, pero los retrasos y las cancelaciones son la norma en gran parte de las pistas de aterrizaje interiores, que solo funcionan con buen tiempo. El peligro de volar con nubosidad se puso trágicamente de manifiesto en octubre del 2008 cuando un avión de turistas europeos se estrelló en Lukla, causando 18 muertos.
Resulta sencillo centrarse en los aspectos negativos. Para la mayoría de los nepalíes, la elección de un gobierno estable y el final del conflicto armado motivaron una celebración masiva. Los turistas nunca fueron objetivo de los rebeldes y, actualmente, el nuevo Gobierno comunista está procurando atraer a los extranjeros como nunca: las condiciones del visado se han suavizado y los visitantes pueden obtener uno de hasta seis meses a su llegada; asimismo, está previsto no cobrar por los trámites durante todo el 2011, con motivo del Visit Nepal Year.
El mayor problema que se les plantea a los visitantes es encontrar tiempo para todo. Muchos llevan toda la vida explorando los senderos de montaña del Himalaya y las evocadoras ciudades templo del valle de Katmandú y los montes medios, pero vuelven en busca de más. Se aconseja seleccionar algunas experiencias esenciales y dejar el resto para otro viaje.
Hace frío.