Paco Rabal
(Águilas, Murcia, 1926 - Burdeos, 2001) Actor
español. Francisco Rabal Valera nació el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta
de Gos, una pedanía de Águilas, Murcia. De origen humilde (padre
minero, madre molinera, dos hermanos), contaba seis años cuando la
familia se trasladó a Madrid, y allí comenzó a ayudar a la maltrecha
economía de los suyos con lo que ganaba, en plena Guerra Civil, primero
como vendedor de golosinas y luego como aprendiz en una fábrica de
bombones.
Gracias
a un cura conocido de la familia, consiguió más tarde el empleo que lo
conduciría a su definitiva profesión, el de ayudante de electricista en
los estudios cinematográficos Chamartín.
Su
iniciación ante las cámaras se produjo gracias al director Rafael Gil,
quien en 1946 lo incluyó como actor de reparto en dos de sus películas, La pródiga y Reina Santa.
En el teatro, fueron fundamentales las recomendaciones del poeta Dámaso
Alonso, el actor Luis Escobar y el director José Tamayo. En 1947 pasó a
integrar el elenco de la compañía Lope de Vega dirigida por este
último, del que formaba parte la actriz catalana María Asunción
Balaguer. Se casaron en enero de 1951, y no obstante los confesos
vaivenes sentimentales del actor a lo largo de su vida, ella fue su
incondicional compañera hasta el último instante.
Por entonces, Rabal estaba a punto de lograr su primer éxito teatral con La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Un papel destacado que luego le permitió encabezar el reparto en obras como Edipo rey o Las brujas de Salem,
junto a figuras reconocidas como Analía Gadé, Berta Riaza, Maruchi
Fresno, Manuel Dicenta o Andrés Mejuto. Al mismo tiempo obtuvo papeles
de protagonista en grandes éxitos del cine de la época, como Historias de la radio (1955), de José Luis Sáenz de Heredia, o Amanecer en puerta oscura
(1957), de José María Forqué. Y pronto extendió esos primeros pasos e
inauguró su carrera internacional a las órdenes de Gillo Pontecorvo en Prisioneros del mar (1957).
Actor
sobrio y eficaz, dotado de una voz grave y pastosa, logró llamar la
atención de realizadores extranjeros, con los que participó en
numerosas películas relevantes. A fines de la década se produjo en
México su encuentro con Luis Buñuel (Nazarín, 1958; Viridiana,
1961), decisivo en su trayectoria, que gozó en los años siguientes de
su etapa más interesante gracias al trabajo con creadores como Juan
Antonio Bardem (Sonatas, 1959; A las cinco de la tarde, 1960), Michelangelo Antonioni (El eclipse, 1961), Leopoldo Torre-Nilsson (La mano en la trampa, 1961; Setenta veces siete, 1963), Carlos Saura (Llanto por un bandido, 1963), Lucas Demare (Hijo de hombre, 1964), Manuel Antín (Intimidad de los parques, 1964), Claude Chabrol (María Chantal contra el doctor Kha, 1965), Jacques Rivette (La religiosa, 1966), Luchino Visconti (Las brujas, 1966), de nuevo Buñuel (Bella de día, 1966), o Glauber Rocha (Cabezas cortadas, 1970).
Nueva y fecunda etapa
Posteriormente,
tras un período de inflexión marcado por trabajos puramente
alimenticios que poco aportaron a tan brillante currículo, Rabal
resurgió en su madurez con fuerza arrolladora. Ahí queda un florido
manojo de personajes que, de la mano de Mario Camus, Gonzalo Suárez,
Vicente Aranda, Pedro Almodóvar, José Luis García Sánchez, Arturo
Ripstein, Alain Tanner o Carlos Saura, el veterano actor supo incorporar
a sus visajes y hacerlos únicamente suyos. Desde comienzos de la década
de los ochenta experimentó un contundente renacimiento a través de una
serie de buenas películas y aún mejores papeles que su cara cuarteada y
su voz rota hicieron inolvidables.
Uno de ellos, el gran Azarías de Los santos inocentes
(1984), de Mario Camus, le reportó un premio de interpretación en
Cannes, y a partir de entonces ocupó el justo lugar que requería su
peso. Otro, el de Goya en Burdeos (1999), además de valerle el
galardón que lleva el nombre del pintor, sirvió de broche anticipado a
una trayectoria artística destacadísima.
Aficionados a los toros にとっての欠かせない 作品は Juncal でしょう。
Aficionados a los toros にとっての欠かせない 作品は Juncal でしょう。
Nada menos que cuarenta títulos sumados a su filmografía
en esta última etapa de actividad casi febril. Y como contrapartida, un
ciclo vital de guerrero en reposo, de viejo patriarca familiar
orgulloso de su saga de artistas. De su mujer Asunción, que volvió al
ruedo tras muchos años de permanecer a su sombra; de sus hijos Benito,
director de cine, y Teresa, cantante y actriz; de su nieto, el actor
Liberto Rabal, de su biznieto Daniel... Y de su exuberante memoria,
generosa en anécdotas que hicieron las delicias de sus interlocutores y
que en sus últimos años quiso plasmar en dos libros: Mis versos y mi copla y Si yo te contara.
Por sus páginas desfilan los recuerdos del poeta amigo de poetas, del
hombre de izquierdas de toda la vida, del galán de las grandes
estrellas, de sus conquistas amorosas, de sus giras de cómico, de sus
numerosos viajes...
Falleció el 29 de agosto a
causa de un enfisema pulmonar en Burdeos, a bordo del avión en que
regresaba de Canadá, donde había recibido un premio por el conjunto de
su carrera en el XXV Festival de Films du Monde de Montreal. Al
enterarse de las peripecias de su muerte, el escritor Miguel Delibes
concluyó: «En realidad, su dinamismo era tan grande que no podía morir
de otra manera que yendo de acá para allá». Otra distinción de similar
categoría, el premio Donostia del 49° Festival de San Sebastián, que iba
a serle entregado el 24 de septiembre, hubo de ser recogido por su
nieto, el también actor Liberto Rabal, en un emotivo homenaje tributado
por sus amigos de oficio.
Rabal tenía setenta y
cinco años y llevaba más de cincuenta en el cine, un medio en el que se
mantenía tan activo como siempre y que le dio las más grandes
satisfacciones a través del reconocimiento de directores y críticos y
del cariño palpable del público, de sus allegados y de todos sus
compañeros de profesión.
Su madurez artística y
personal coincidió con el período más creativo y fecundo de su extensa
carrera. Actor hecho a sí mismo, con las técnicas que aprendió del
oficio y de la vida y dueño de una memoria portentosa, había dejado de
interpretar para aprehender cada personaje e incorporarlo a su manera de
ser.
Brindó así un inconfundible Paco Rabal que la
magia de los ropajes y las luces convertía y multiplicaba en presencias
rotundas, llenas de vitalidad. Desde luego, había perdido por completo
la apostura física que en su juventud le franqueara tantas puertas,
sobre todo en su rápida proyección internacional hacia un cine de autor
que lo situó en un nivel de fama y prestigio insólitos entonces para un
actor español. Pero con su buena planta también habían quedado en el
recuerdo cierta propensión a declamar -que halló mejor destino en sus
recitales de poesía- y la inseguridad que, tras una etapa de escaso
brillo, le produjeron las cicatrices que un accidente dejó en su rostro.