2019年10月27日日曜日

LOS DESTILADORES DE NARANJA オレンジから酒を Horacio Quiroga / スペイン語学習 machacar / ペンギン pingüino スワロフスキー / El destino de un hombre ロシア人になった学友・川越史郎 Судьба человека

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LOS DESTILADORES DE NARANJA




Horacio Quiroga

 El  hombre  apareció  un  mediodía,  sin  que  se sepa cómo ni por dónde. Fue visto en todos los bolichea  de  Iviraromí,  bebiendo  como  no  se había visto beber a nadie, si se exceptúan Rivety Juan Brown. Vestía bombachas de soldado paraguayo,  zapatillas  sin  medias  y  una  mugrienta boina blanca terciada sobre el ojo. Fuera de  beber,  el  hombre  no  hizo  otra  cosa  que  can-tar  alabanzas  a  su  bastón  -un  nudoso  palo  sin cáscara-,  que  ofrecía  a  todos  los  peones  para que  trataran  de  romperlo.  Uno  tras  otro  los peones probaron sobre las baldosas de piedra el bastón milagroso que, en efecto, resista a todos los  golpes.  Su  dueño,  recostado  de  espaldas  al mostrador  y  cruzado  de  piernas,  sonreía  satisfecho.  Al  día  siguiente  el  hombre  fue  visto  a  la misma hora y en los mismos boliches, con su famoso  bastón.  Desapareció  luego,  hasta  que un mes más tarde se lo vio desde el bar avanzar al crepúsculo por entre las ruinas, en compañía del químico Rivet. Pero esta vez supimos quién era.
 Hacia 1800, el gobierno del Paraguay contrató a un buen número de sabios europeos, profesores  de  universidad,  los  menos,  e  industriales,los  más.  Para  organizar  sus  hospitales,  el  Paraguay solicitó los servicios del doctor Else, joven y  brillante  biólogo  sueco  que  en  aquel  país nuevo  halló  ancho  campo  para  sus  grandes fuerzas de acción. Dotó en cinco años a los hospitales  y  sus  laboratorios  de  una  organización que  en  veinte  años  no  hubieran  conseguido otros  tantos  profesionales.  Luego,  sus  bríos  se aduermen. El ilustre sabio paga al país tropical el pesado tributo que quema como en alcohol la actividad  de  tantos  extranjeros,  y  el  derrumbe no se detiene ya. Durante quince o veinte años nada se sabe de él. Hasta que por fin se lo halla en  Misiones,  con  sus  bombachas  de  soldado  y su  boina  terciada,  exhibiendo  como  única  finalidad  de  su  vida  el  hacer  comprobar  a  todo  el mundo la resistencia de su palo.
 Este hombre cuya presencia decidió al manco a realizar el sueño de sus últimos meses: la destilación alcohólica de naranjas.
 El  manco,  que  ya  hemos  conocido  con  Rivet en  otro  relato,  tenía  simultáneamente  en  el  cerebro tres proyectos para enriquecerse, y uno o dos  para  su  diversión.  Jamás  había  poseído  un centavo    ni    un    bien    particular,    faltándole además un brazo que había perdido en BuenosAires  con  una  manivela  de  auto.  Pero  con  su solo brazo, dos mandiocas cocidas y el soldador bajo  el  muñón,  se  consideraba  el  hombre  más feliz del mundo.
 -¿Qué  me  falta?  -solía  decir  con  alegría,  agitando su solo brazo.
 Su  orgullo,  en  verdad,  consistía  en  un  conocimiento más o menos hondo de todas las artes y  oficios,  en  su  sobriedad  ascética  y  en  dos  tomos  de  L'Eneyclopédie.  Fuera  de  esto,  de  su eterno  optimismo  y  su  soldador,  nada  poseía.Pero  su  pobre  cabeza  era  en  cambio  una  marmita  bullente  de  ilusiones,  en  que  los  inventos industriales  le  hervían  con  más  frenesí  que  las mandiocas de su olla. No alcanzándole sus me-dios  para  aspirar  a  grandes  cosas,  planeaba siempre pequeñas industrias de consumo local, o  bien  dispositivos  asombrosos  para  remontar el agua por filtración, desde el bañado del Horqueta hasta su casa.
 En el espacio de tres años, el manco había ensayado  sucesivamente  la  fabricación  de  maíz quebrado,  siempre  escaso  en  la  localidad;  de mosaicos   de   bleck   y   arena   ferruginosa;   de turrón  de  maní  y  miel  de  abejas;  de  resina  de incienso  por  destilación  seca;  de  cáscaras  abrillantadas  de  apepú,  cuyas  muestras  habían  enloquecido  de  gula  a  los  mensús;  de  tintura  del apacho,  precipitada  por  la  potasa;  y  de  aceite esencial  de  naranja,  industria  en  cuyo  estudio lo  hallamos  absorbido  cuando  Else  apareció  en su horizonte.
 Preciso  es  observar  que  ninguna  de  las  anteriores  industrias  había  enriquecido  a  su  inventor, por la sencilla razón de que nunca llegaron a instalarse en forma.
 -¿Qué me falta? -repetía contento, agitando el muñón-.  Doscientos  pesos.  ¿Pero  de  dónde  los voy a sacar?
 Sus inventos, cierto es, no prosperaban por la falta  de  esos  miserables  pesos.  Y  bien  se  sabe que es más fácil hallar en Iviraromí un brazo demás,  que  diez  pesos  prestados.  Pero  el  hombre no perdía jamás su optimismo, y de sus con-trastes  brotaban,  más  locas  aún,  nuevas  ilusiones para nuevas industrias.
 La  fábrica  de  esencia  de  naranja  fue,  sin  embargo,  una  realidad.  Llegó  a  instalarse  de  un modo tan inesperado como la aparición de Else, sin  que  para  ello  se  hubiera  visto  corretear  al manco  por  los  talleres  yerbateros  más  de  lo acostumbrado. El manco no tenía más material mecánico que cinco o seis herramientas esenciales,  fuera  de  su  soldador.  Las  piezas  todas  de sus  máquinas  salían  de  la  casa  del  uno,  del galón del otro, como las palas de su rueda Pelton,  para  cuya  confección  utilizó  todos  los  cucharones viejos de la localidad. Tenía que trotar sin  descanso  tras  de  un  metro  de  caño  o  una chapa oxidada de cinc, que él, con su solo brazo y  ayudado  del  muñón,  cortaba,  torcía,  retorcía y  soldaba  con  su  enérgica  fe  de  optimista.  Así sabemos  que  la  bomba  de  su  caldera  provino del  pistón  de  una  vieja  locomotora  de  juguete,que  el  manco  llegó  a  conquistar  de  su  infantil dueño  contándole  cien  veces  cómo  había  per-dido  el  brazo,  y  que  los  platos  del  alambique (su  alambique  no  tenía  refrigerante  vulgar  de serpentín,  sino  de  gran  estilo,  de  platos)  nacieron de las planchas de cinc puro con que un naturalista   fabricaba   tambores   para   guardar víboras.
 Pero  lo  más  ingenioso  de  su  nueva  industria era   la   prensa   para   extraer   jugo   de   naranja. Constituíala  un  barril  perforado  con  clavos  de tres  pulgadas,  que  giraba  alrededor  de  un  eje horizontal  de  madera.  Dentro  de  ese  erizo,  las naranjas  rodaban,  tropezaban  con  los  clavos  y
se deshacían brincando; hasta que transformadas en una pulpa amarilla sobre nadada de aceite, iban a la caldera.
 El único brazo del manco valía en el tambor medio caballo de fuerza, aun a pleno sol de Misiones, y bajo la gruesísima y negra camiseta de marinero que el manco no abandonaba ni en el verano. Pero como la ridícula bomba de juguete requería asistencia casi continua, el destilador solicitó la ayuda de un aficionado que desde los primeros días pasaba desde lejos las horas observando la fábrica, semi oculto tras un árbol.
 Llamábase este aficionado Malaquías Ruvidarte. Era un muchachote de veinte años, brasileño y perfectamente negro, a quien suponíamos virgen -y lo era-, y que habiendo ido una mañana a caballo a casarse a Corpus, regresó a los tres días de noche cerrada, borracho y con dos mujeres en anca. Vivía con su abuela en un edificio curiosísimo, conglomerado de casillas hechas con cajones de kerosene, y que el negro arpista iba extendiendo y modificando de acuerdo con las novedades arquitectónicas que advertía en los tres o cuatro chalets que se construían entonces. Con cada novedad, Malaquías agregaba o alzaba un ala de su edificio, y en mucho menor escala. Al punto que las galerías de sus chalets de alto tenían cincuenta centímetros de luz, y por las puertas apenas podía entrar un perro. Pero el negro satisfacía así sus aspiraciones de arte, sordo a las bromas de siempre.
 Tal artista no era el ayudante por dos mandiocas que precisaba el manco. Malaquías dio vueltas al tambor una mañana entera sin decir una palabra, pero a la tarde no volvió. Y la mañana siguiente estaba otra vez instalado observando tras el árbol.
 Resumamos esta fase: el manco obtuvo muestras de aceite esencial de naranja dulce y agria,que logró remitir a Buenos Aires. De aquí le informaron que su esencia no podía competir con la similar importada, a causa de la alta temperatura a que se la había obtenido Que sólo con nuevas muestras por presión podrían entenderse con él, vistas las deficiencias de la destilación, etc., etc.
 El manco no se desanimó por esto.
 -¡Pero es lo que yo decía! -nos contaba a todos alegremente, cogiéndose el muñón tras la espalda-. ¡No se puede obtener nada a fuego di-recto! ¡Y que voy a hacer con la falta de plata! Otro cualquiera, con más dinero y menos generosidad intelectual que el manco, hubiera apagado los fuegos de su alambique. Pero mientras miraba melancólico su máquina remendada, en que cada pieza eficaz había sido reemplazada por otra sucedánea, el manco pensó de pronto que aquel cáustico barro amarillento que se vertía del tambor, podía servir para fabricar alcohol de naranja. Él no era fuer-te en fermentación; pero dificultades más gran-des había vencido en su vida. Además, Rivet lo ayudaría.
 Fue  en  este  momento  preciso  cuando  el  doctor Else hizo su aparición en Iviraromí. El manco había sido el único individuo de la zona que,como  había  acaecido  con  Rivet,  respetó  al  nuevo caído. Pese al abismo en que habían rodado uno  y  otro,  el  devoto  de  la  gran  Encyclopédie no podía olvidar lo que ambos ex hombres fueran  un  día.  Cuantas  chanzas  (¡y  cuán  duras  en aquellos  analfabetos  de  rapiña!)  se  hicieron  al manco  sobre  sus  dos  ex  hombres,  lo  hallaron siempre de pie.
 -La  caña  los  perdió  -respondía  con  seriedad sacudiendo la cabeza-. Pero saben mucho...
 Debemos mencionar aquí un incidente que no facilitó el respeto local hacía el ilustre médico.
 En los primeros días de su presencia en Iviraromí un votino había llegado  hasta  el  mostrador del boliche a rogarle un remedio para  su mujer que sufría de tal y cual cosa. Else lo oyó con  suma  atención,  y  volviéndose  al  cuadernillo  de  estraza  sobre  el  mostrador,  comenzó  a recetar   con   mano   terriblemente   pesada.   La pluma se rompía. Else se echó a reír, más pesadamente  aún,  y  estrujó  el  papel,  sin  que  se  le pudiera obtener una palabra más.
 -¡Yo no entiendo de esto! -repetía tan sólo.El  manco  fue  algo  más  feliz  cuando  acompañándolo esa misma siesta hasta el Horqueta,bajo  un  cielo  blanco  de  calor,  lo  consultó  sobre las  probabilidades  de  aclimatar  la  levadura  de caña  al  caldo  de  naranja,  en  cuánto  tiempo podría  aclimatarse,  y  en  qué  porcentaje  mínimo.
 -Rivet  conoce  esto  mejor  que  yo  -murmuró Else -.Con todo -insistió el manco-. Yo me acuerdo bien de que los sacaromices iniciales...
 Y el buen manco se despachó a su gusto.
 Else,  con  la  boina  sobre  la  nariz  para  contrarrestar  la  reverberación,  respondía  en  breves observaciones,  y  como  a  disgusta.  El  manco dedujo  de  ellas  que  no  debía  perder  el  tiempo aclimatando  levadura  alguna  de  caña,  porque no obtendría sino caña, ni al uno por cien mil. Que  debía  esterilizar  su  caldo,  fosfatearlo  bien, y ponerlo en movimiento con levadura de Borgoña, pedida a Buenos Aires. Podía aclimatarla,si  quería  perder  el  tiempo;  pero  no  era  indispensable...
 El manco trotaba a su lado, ensanchándose el escote de la camiseta de entusiasmo y calor.
 -¡Pero  soy  feliz!  -decía-  ¡No  me  falta  ya  nada!¡Pobre  manco!  Faltábale  precisamente  lo  indispensable  para  fermentar  sus  naranjas:  ocho  o diez  bordelesas  vacías,  que  en  aquellos  días  de guerra  valían  más    pesos  que  los  que  él  podría ganar en seis meses de soldar día y noche.
 Comenzó,  sin  embargo,  a  pasar  días  enteros de   lluvia   en   los   almacenes   de   los   yerbales, transformando  latas  vacías  de  nafta  en  envases de  grasa  quemada  o  podrida  para  alimento  delos  peones;  y  a  trotar  por  todos  los  boliches  en procura  de  los  barriles  más  viejos  que  para  na-da   servían   ya.   Más   tarde   Rivet   y   Else   -tratándose  de  alcohol  de  noventa  grados-  lo ayudarían, con toda seguridad...
 Rivet lo ayudó, en efecto, en la medida de sus fuerzas,  pues  el  químico  nunca  había  sabido clavar  un  clavo.  El  manco  solo  abrió,  desarmó, raspó y quemó una tras otra las viejas bordelesas  con  medio  dedo  de  poso  violeta  en  cada duela,  tarea  ligera,  sin  embargo,  en  comparación con la de armar de nuevo las bordelesas, ya la que el manco llegaba con su brazo y cuarto tras inacabables horas de sudor.
 Else  había  ya  contribuido  a  la  industria  con cuanto  se  sabe  hoy  mismo  sobre  fermentos;pero  cuando  el  manco  le  pidió  que  dirigiera  el proceso fermentativo, el ex sabio se echó a reír, levantándose.
 -¡Yo no entiendo nada de esto! -dijo recogiendo  su  bastón  bajo  el  brazo.  Y  se  fue  a  caminar por  allí,  más  rubio,  más  satisfecho  y  más  sucio que nunca.Tales  paseos  constituían  la  vida  del  médico.En todas las picadas se lo hallaba con sus zapatillas sin medias y su continente eufórico. Fuera de  beber  en  todos  los  boliches  y  todos  los  días, de  11  a  16,  no  hacía  nada  más.  Tampoco  frecuentaba  el  bar,  diferenciándose  en  esto  de  su colega  Rivet.  Pero  en  cambio  solía  hallárselo  a caballo  a  altas  horas  de  la  noche,  cogido  de  las orejas del animal, al que llamaba su padre y su madre,  con  gruesas  risas.  Paseaban  así  horas enteras al tranco, hasta que el jinete caía por fina reír del todo.
 A  pesar  de  esta  vida  ligera,  algo  había  sin embargo capaz de arrancar al ex hombre de su limbo  alcohólico;  y  esto  lo  supimos  la  vez  que con gran sorpresa de todos, Else se mostró en el pueblo  caminando  rápidamente,  sin  mirar  a nadie.  Esa  tarde  llegaba  su  hija,  maestra  de  escuela  en  Santo  Pipó,  y  que  visitaba  a  su  padre dos o tres veces en el año.
 Era una muchachita delgada y, vestida de negro,  de  aspecto  enfermizo  y  mirar  hosco.  Ésta fue  por  lo  menos  la  impresión  nuestra  cuando pasó por el pueblo con su padre en dirección alHorqueta.  Pero  según  lo  que  dedujimos  de  los informes  del  manco,  aquella  expresión  de  la maestrita  era  sólo  para  nosotros,  motivada  por la degradación en que había caído su padre y ala que asistíamos día a día.
 Lo que después se supo confirma esta hipótesis. La chica era muy trigueña y en nada se parecía  al  médico  escandinavo.  Tal  vez  no  fuera hija suya; él por lo menos nunca lo creyó. Su modo de proceder con la criatura lo confirma, y sólo Dios sabe cómo la maltratada y abandonada criatura pudo llegar a recibirse de maestra, ya continuar queriendo a su padre. No pudiendo tenerlo  a  su  lado,  ella  se  trasladaba  a  verlo dondequiera que él estuviese. Y el dinero que el doctor   Else   gastaba   en   beber,   provenía   del sueldo de la maestrita.
 El  ex  hombre  conservaba,  sin  embargo,  un último pudor: no bebía en presencia de su hija.Y  este  sacrificio  en  aras  de  una  chinita  a  quien no creía hija suya, acusa más ocultos fermentos que   las   reacciones   ultracientíficas  del   pobre manco.
 Durante cuatro días, en esta ocasión, no se vio al   médico   por   ninguna   parte.   Pero   aunque cuando  apareció  otra  vez  por  los  boliches  estaba  más  borracho  que  nunca,  se  pudo  apreciaren los remiendos de toda su ropa, la obra de su hija.
 Desde  entonces,  cada  vez  que  se  veía  a  Else fresco  y  serio,  cruzando  rápido  en  busca  de harina y grasa, todos decíamos:
 -En estos días debe de llegar su hija.
 Entretanto,  el  manco  continuaba  soldando  ahorcajadas  techos  de  lujo,  y  en  los  días  libres, raspando y quemando duelas de barril.
 No fue sólo esto: habiendo ese año madurado muy   pronto   las   naranjas   por   las   fortísimas heladas,  el  manco  debió  también  pensar  en  la temperatura  de  la  bodega,  a  fin  de  que  el  frío nocturno,  vivo  aún  en  ese  octubre,  no  trastornara  la  fermentación.  Tuvo  así  que  forrar  por dentro  su  rancho  con  manojos  de  paja  despeinada, de modo tal que aquello parecía un hirsuto y agresivo cepillo. Tuvo que instalar un aparato  de  calefacción,  cuyo  hogar  constituíalo  un tambor  de  acaroína,  y  cuyos  tubos  de  tacuara daban  vueltas  por  entre  las  pajas  de  las  paredes,  a  modo  de  gruesa  serpiente  amarilla.  Y tuvo  que  alquilar  -con  arpista  y  todo,  a  cuenta del alcohol venidero- el carrito de ruedas macizas  del  negro  Malaquías,  quien  de  este    a prestar servicios al manco, acarreándole  naranjas  desde  el  monte  con  su  mutismo habitual  y  el  recuerdo  melancólico  de  sus  dos mujeres. Un hombre común se hubiera rendido a medio camino. El manco no perdía un instan-te su alegre y sudorosa fe.
 -¡Pero no nos falta ya nada! -repetía haciendo bailar a la par del brazo entero su muñón optimista-: ¡Vamos a hacer una fortuna con esto!
 Una  vez  aclimatada  la  levadura  de  Borgoña,el  manco  y  Malaquías  procedieron  a  llenar  las cubas. El negro partía las naranjas de un tajo de machete, y el manco las estrujaba entre sus dedos de hierro; todo con la misma velocidad y el mismo ritmo, como si machete y mano estuvieran unidos por la misma biela.
 Rivet los ayudaba a veces, bien que su trabajo consistiera en ir y venir febrilmente del colador de semillas a los barriles, a fuer de director. En cuanto  al  médico,  había  contemplado  con  gran atención   estas   diversas   operaciones,   con   las manos hundidas en los bolsillos y el bastón bajo la axila. Y ante la invitación a que prestara su  ayuda,  se  había  echado  a  reír,  repitiendo como siempre:
 -¡Yo no entiendo nada de estas cosas!
 Y  fue  a  pasearse  de  un  lado  a  otro  frente  al camino  deteniéndose  en  cada  extremo  a  ver  si venía  un  transeúnte.  No  hicieron  los  destilado-res  en  esos  duros  días  más  que  cortar  y  cortar, estrujar y estrujar naranjas bajo un sol de fue goy almibarados de zumo de la barba  a los pies.Pero  cuando  los  primeros  barriles  comenzaron a  alcoholizarse  en  una  fermentación  tal  que proyectaba  a  dos  dedos  sobre  el  nivel  una  llovizna  de  color  topacio,  el  doctor  Else  evolucionó  hacia  la  bodega  caldeada,  donde  el  manco se abría el escote de entusiasmo.-
 ¡Y  ya  está!  -decía-.  ¿Qué  nos  falta  ahora? ¡Unos cuantos pesos más, y nos hacemos riquísimos!
 Else  quitó  uno  por  uno  los  tapones  de  algodón de los barriles, y aspiró con la nariz en el agujero el delicioso perfume del vino de naranja  en  formación,  perfume  cuya  penetrante  frescura  no  se  halla  en  caldo  otro  alguno  de  fruta. El  médico  levantó  luego  la  vista  a  las  paredes, al  revestimiento  amarillo  de  erizo,  a  la  cañerla de  víbora  que  se  desarrollaba  oscureciéndose entre  las  pajas  en  un  vaho  de  aire  vibrante,  y sonrió  un  momento  con  pesadez.  Pero  desde entonces  no  se  apartó  de  alrededor  de  la  fábrica.
 Aún más, se quedó a dormir allí. Else vivía en una  chacra  del  manco,  a  orillas  del  Horqueta. Hemos  omitido  esta  opulencia  del  manco,  por la razón de que el gobierno nacional llama chacras  a  las  fracciones  de  25  hectáreas  de  monte virgen o pajonal, que vende al precio de 75 pesos la fracción, pagaderos en 6 años.
 La  chacra  del  manco  consistía  en  un  bañado solitario  donde  no  había  más  que  un  ranchito aislado  entre  un  círculo  de  cenizas,  y  zorros entre  las  pajas.  Nada  más.  Ni  siquiera  hojas  en la puerta del rancho.
 El médico se instaló, pues, en la fábrica de las ruinas,  retenido  por  el  bouquet  naciente  del vino de naranja. Y aunque su ayuda fue la que conocemos,  cada  vez  que  en  las  noches  subsiguientes  el  manco  se  despertó  a  vigilar  la  cale-facción,  halló  siempre  a  Else  sosteniendo  el fuego.  El  médico  dormía  poco  y  mal;  y  pasaba la  noche  en  cuclillas  ante  la  lata  de  acaroína,tomando  mate  y  naranjas  caldeadas  en  las  brasas del hogar.
 La  conversión  alcohólica  de  las  cien  mil  naranjas  concluyó  por  fin,  y  los  destiladores  se hallaron  ante  ocho  bordelesas  de  un  vino  muy débil,  sin  duda,  pero  cuya  graduación  les  aseguraba  asimismo  cien  litros  de  alcohol  de  50 grados,  fortaleza  mínima  que  requería  el  paladar local. 
 Las  aspiraciones  del  manco  eran  también  locales;  pero  un  especulativo  como  él,  a  quien preocupaba  ya  la  ubicación  de  los  transformadores  de  corriente  en  el  futuro  cable  eléctrico desde  el  Iguazú  hasta  Buenos  Aires,  no  podía olvidar  el  aspecto  puramente  ideal  de  su  producto. Trotó en consecuencia unos días en procura  de  algunos  frascos  de  cien  gramos  para enviar muestras a Buenos Aires, y aprontó unas muestras, que alineó en el banco para enviarlas esa tarde por correo. Pero cuando volvió a buscarlas  no  las  halló,  y  sí  al  doctor  Else,  sentado en la escarpa del camino, satisfechísimo de sí y con  el  bastón  entre  las  manos,  incapaz  de  un solo movimiento.
 La aventura se repitió una y otra vez, al punto  de  que  el  pobre  manco  desistió  definitivamente  de  analizar  su  alcohol:  el  médico,  rojo, lacrimoso  y  resplandeciente  de  euforia,  era  lo único que hallaba.
No  perdía  por  esto  el  manco  su  admiración por el ex sabio.
 -¡Pero se lo toma todo! -nos confiaba de noche en el  bar-.  ¡Qué  hombre!  ¡No  me  deja  una  sola muestra!
 Al manco faltábale tiempo para destilar con la lentitud debida, e igualmente para desechar las flegmas de su producto. Su alcohol sufría así delas  mismas  enfermedades  que  su  esencia,  el mismo  olor  viroso,  e  igual  dejo  cáustico.  Por consejo  de  Rivet  transformó  en  bitter  aquella imposible caña, con el solo recurso de apepú, yoruzú,  a  efectos  de  la  espuma.  En  este  definitivo  aspecto  entró  el  alcohol  de  naranja  en  el mercado.  Por  lo  que  respecta  al  químico  y  su colega,  lo  bebían  sin  tasa  tal  como  goteaba  delos  platos  del  alambique  con  sus  venenos  cerebrales.
 Una  de  esas  siestas  de  fuego,  el  médico  fue hallado  tendido  de  espaldas  a  través  del  des-amparado camino al puerto viejo, riéndose con el sol a plomo.
 -Si  la  maestrita  no  llega  uno  de  estos  días  -dijimos  nosotros-,  le  va  a  dar  trabajo  encontrar dónde ha muerto su padre. Precisamente  una  semana  después  supimos por el manco que la hija de Else llegaba convaleciente de gripe.
 -Con  la  lluvia  que  se  apronta  -pensamos  otra vez-, la muchacha no va a mejorar gran cosa en el bañado del Horqueta.
 Por primera vez, desde que estaba entre nosotros, no se vio al médico Else cruzar firme y apresurado ante la inminente llegada de su hija.Una hora antes de arribar la lancha fue al puerto  por  el  camino  de  las  ruinas,  en  el  carrito  del arpista Malaquías, cuya yegua,  al paso y todo,jadeaba  exhausta  con  las  orejas  mojadas  de  sudor. 
 El  cielo  denso  y  lívido,  como  paralizado  de pesadez, no presagiaba nada bueno, tras mes y medio de sequía.  Al llegar la lancha, en efecto,comenzó  a  llover.  La  maestrita  achuchada  pisó la  orilla  chorreante  bajo  agua;  subió  bajo  agua, en el carrito, y bajo agua hicieron con su padre todo  el  trayecto,  a  punto  de  que  cuando  llegaron de noche al Horqueta no se oía en el solitario pajonal ni un aullido de zorro, y sí el sordo crepitar  de  la  lluvia  en  el  patio  de  tierra  del rancho.
 La maestrita no tuvo esta vez necesidad de ir hasta  el  bañado  a  lavar  las  ropas  de  su  padre. Llovió toda la noche y todo el día siguiente, sin más  descanso  que  la  tregua  acuosa  del  crepúsculo,  a  la  hora  en  que  el  médico  comenzaba  aver  alimañas  raras  prendidas  al  dorso  de  sus manos.
 Un hombre que ya ha dialogado con las cosas tendido  de  espaldas  al  sol,  puede  ver  seres  imprevistos  al  suprimir  de  golpe  el  sostén  de  su vida.  Rivet,  antes  de  morir  un  año  más  tarde con  su  litro  de  alcohol  carburado  de  lámparas,tuvo  con  seguridad  fantasías  de  ese  orden  clavadas  ante  la  vista.  Solamente  que  Rivet  no tenía  hijos;  y  el  error  de  Else  consistió  precisamente en ver, en vez de su hija, una monstruosa rata.
 Lo   que   primero   vio   fue   un   grande, muy grande ciempiés que daba vueltas por las paredes.  Else  quedó  sentado  con  los  ojos  fijos  en aquello,  y  el  ciempiés  se  desvaneció.  Pero  al bajar  el  hombre  la  vista,  lo  vio  ascender  arqueado  por  entre  sus  rodillas,  con  el  vientre  y las  patas  hormigueantes  vueltas  a  él  subiendo, subiendo  interminablemente.  El  médico  tendió las  manos  delante,  y  sus  dedos  apretaron el vacío.
 Sonrió  pesadamente:  ilusión...  nada  más  que ilusión. . .
 Pero  la  fauna  del  delirium  tremens  es  mucho más lógica que la sonrisa de un ex sabio, y tiene por  hábito  trepar  obstinadamente  por  las  bombachas, o surgir bruscamente de los rincones.
 Durante muchas horas, ante el fuego y con el mate  inerte  en  la  mano,  el  médico  tuvo  con-ciencia  de  su  estado.  Vio,  arrancó  y  desenredó tranquilo más víboras de las que pueden pisarse  en  sueños.  Alcanzó  a  oír  una  dulce  voz  que decía:
 -Papá, estoy un poco descompuesta... Voy un momento afuera.
 Else  intentó  todavía  sonreír  a  una  bestia  que había irrumpido de golpe en medio del rancho,lanzando horribles alaridos, y se incorporó por fin  aterrorizado  y  jadeante:  estaba  en  poder  dela  fauna  alcohólica.  Desde  las  tinieblas  comenzaban  ya  a  asomar  el  hocico  bestias  innumerables.  Del  techo  se  desprendían  también  cosas que  él  no  quería  ver.  Todo  su  terror  sudoroso estaba ahora concentrado en la puerta, en aquellos  hocicos  puntiagudos  que  aparecían  y  se ocultaban con velocidad vertiginosa.
 Algo como dientes y ojos asesinos de inmensa rata se detuvo un instante contra el marco, y el médico,  sin  apartar  la  vista  de  ella,  cogió  un pesado leño: la bestia, adivinando el peligro, se había ya ocultado. Por  los  flancos  del  ex  sabio,  por  atrás,  hincábanse  en  sus  bombachas  cosas  que  trepaban.
Pero el hombre, con los ojos fuera de las órbitas, no veía sino la puerta y los hocicos fatales.
 Un instante, el hombre creyó distinguir entre el  crepitar  de  la  lluvia,  un  ruido  más  sordo  y nítido. De golpe la monstruosa rata surgió en la puerta,  se  detuvo  un  momento  a  mirarlo,  y avanzó hacia ella el leño con todas sus fuerzas.
 Ante el grito que lo sucedió, el médico volvió bruscamente  en  sí,  como  si  el  vertiginoso  telón de monstruos se hubiera aniquilado con el golpe  en  el  más  atroz  silencio.  Pero  lo  que  yacía aniquilado a sus pies no era la rata asesina, sino su hija.
 Sensación  de  agua  helada,  escalofrío  de  toda la médula; nada de esto alcanza a dar la impresión de un espectáculo de semejante naturaleza. El  padre  tuvo  un  resto  de  fuerza  para  levantaren  brazos  a  la  criatura  y  tenderla  en  el  catre.  Y al apreciar de una sola ojeada al vientre el efec-to  irremisiblemente  mortal  del  golpe  recibido,el  desgraciado  se  hundió  de  rodillas  ante  su hija.
 ¡Su  hijita!  ¡Su  hijita  abandonada,  maltratada, desechada  por  él!  Desde  el  fondo  de  veinte años  surgieron  en  explosión  de  vergüenza,  la gratitud  y  el  amor  que  nunca  le  había  expresa-do a ella. ¡Chinita, hijita suya!
 El médico tenía ahora la cara levantada hacia la  enferma:  nada,  nada  que  esperar  de  aquel semblante fulminado. La muchacha acababa sin embargo  de  abrir  los  ojos,  y  su  mirada  excavada y ebria ya de muerte, reconoció por fin a su padre. Esbozando entonces una dolorosa sonrisa cuyo reproche sólo el lamentable padre podía en esas circunstancias apreciar, murmuró con dulzura:
 -¡Qué hiciste, papá...!
 El médico hundió de nuevo la cabeza en el catre.  La  maestrita  murmuró  otra  vez,  buscando con la mano la boina de su padre:
 -Pobre  papá...  No  es  nada.  .  .  Ya  me  siento mucho  mejor...  Mañana  me  levanto  y  concluyo todo... Me siento mucho mejor, papá...
 La  lluvia  había  cesado;  la  paz  reinaba  afuera.Pero  al  cabo  de  un  momento  el  médico  sintió que  la  enferma  hacía  en  vano  esfuerzos  para incorporarse,  y  al  levantar  el  rostro  vio  que  su hija lo miraba con los ojos muy abiertos en una brusca revelación. -¡Yo me voy a morir, papá..!
 -Hijita-.. -murmuró sólo el hombre.
 La  criatura  intentó  respirar  hondamente  sin conseguirlo tampoco.
 -¡Papá, ya me muero! Papá, hazme caso... una vez  en  la  vida.  ¡No  tomes  más,  papá...!  Tu  hijita...
 Tras  un  rato  -una  inmensidad  de  tiempo-  el médico  se  incorporó  y  fue  tambaleante  a  sentarse  otra  vez  en  el  banco,  mas  no  sin  apartar antes  con  el  dorso  de  la  mano  una  alimaña  del asiento,  porque  ya  la  red  de  monstruos  se  entretejía vertiginosamente.
 Oyó  todavía  una  voz  de  ultratumba:  -¡No  tomes más, papá...!
 El  ex  hombre  tuvo  aún  tiempo  de  dejar  caer ambas  manos  sobre  las  piernas,  en  un  desplome y una renuncia más desesperada que el más desesperado  de  los  sollozos  de  que  ya  no  era capaz.  Y  ante  el  cadáver  de  su  hija,  el  doctor Else  vio  otra  vez  asomar  en  la  puerta  los  hocicos de las bestias que volvían a un asalto final.

☟ 上記西文の邦訳(松本健二訳)は下掲の「エソルド座の怪人 アンソロジー/世界篇 (異色作家短篇集)」に「オレンジ・ブランデーをつくる男たち」という題で収録されています。第2段落の ¨Hacia 1800,¨ が邦訳では「1900年にかけて」となっています。

エソルド座の怪人 アンソロジー/世界篇 (異色作家短篇集)


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Barcelona の暴動などで最近¿耳にこびりついてしまった?単語に machacar があります。「叩き潰す」というのが第一義ですが、以下のような使われ方もあります。

Hay que machacar el hierro mientras está caliente. (諺) 鉄は熱いうちに打て。

Machaqué bien las matemáticas para aprobar el examen. 私は試験に合格するために数学を猛勉強した。

Aprobó a fuerza de machacar. 彼は猛勉強したおかげで合格した。

Machacando se aprende el oficio. (諺) 習うより慣れろ。

以上西和辞典より。以下、西西辞典の例文。

'Machaca' bien las matemáticas, porque es la asignatura en la que peores notas sacas.

Lleva tres días machacando esta asignatura: de la tiene que saber a la fuerza.

Javier machacó las matemáticas hasta el último día del curso.



西和辞典



  ☟天本英世の学生(七高)時代の同級生。「共産主義が潰れた今となっては、共産主義を信奉してロシア人になった意味が無い」と語ったが、さりとて、日本人にまた戻るのはかなり難しかったし、戦後急速に発展した日本のスピードにもついていけなかった。戦争の最大の被害者。...(日本人への遺書(メメント))☟(El destino de un hombre (Narrativa)人間の運命 (角川文庫))


シベリア鉄道 ナホトカ - ハバロフスク Najodka (Находка) - Jabárovsk (Хабаровск)

シベリア大紀行・おろしや国酔夢譚の世界をゆく 1985年 全

ソルジェニーツィン Александр Исаевич Солженицын Alexandr Isaevich Solzhenitsyn

裁かれるは善人のみ Leviatán ロシアからの良質な映画

モスクワ日本人学校 (ロシア Now より)


«El destino de un hombre» es una lección de entereza de un hombre, sometido al horror del cautiverio nazi, y sus sueños por sobrevivir y de reencontrar algún día a los suyos. El marco histórico es el de la Segunda Guerra Mundial, y a través de un monólogo, realista al mejor estilo ruso, el personaje Andréi Sokolov nos cuenta la historia de una Unión Soviética angustiada por la invasión alemana.<br /> <br /> En este conflicto aparecen el heroísmo patriótico y el amor a la tierra, por antonomasia valores tradicionales en el pueblo soviético según vemos en los grandes autores como Tolstoi, Esenin y Aleksander Pushkin. A través de los recuerdos de<br /> Andréi conocemos los momentos cruciales y psicológicos del hombre ante una situación real de terrible apremio ante la muerte, que remueve sus instintos más íntimos de supervivencia.

El destino jugó con él. 彼は運命に翻弄された。Él fue un juguete del destino. Fue un juguete de la fortuna.

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