Flores de verano
Esta obra, de una crudeza inusual, sufrió durante años la censura que prohibía a los japoneses publicar ningún tipo de escrito sobre la guerra. Es la primera vez que se traduce al castellano. Hara Tamiki se hallaba en Hiroshima el día 6 de agosto de 1945 a las ocho y quince minutos, momento en que estalló la bomba que impondría una nueva manera de contemplar el mundo. Como él mismo describe en su impactante Flores de verano (obra ganadora del Premio Minakami Takitaro ), en ese instante el autor se hallaba en una casa construida por su padre, lo suficientemente lejos del lugar de la explosión, gracias a lo cual pudo sobrevivir. Valiéndose de tres momentos narrativos diferentes, Hara narra el antes, el durante y el después de la tragedia. Con un lenguaje exento de florituras, durísimo, preciso y contundente, pero lleno de una hermosura casi poética, el autor narra cómo afloran a su alrededor la confusión, la destrucción, el horror, y lo mejor y lo peor de la condición humana.
HARA TAMIKI, Flores de verano
En estos años, se ha recuperado el escrito fuera de serie del médico Hachiya Michihiko: Diario de Hiroshima de un médico japo- nés, 6 de agosto / 30 de septiembre de 1945 (Turner, 2005). También se ha divulgado un relato más bien documental, Lluvia Negra (Debolsillo, 2009), construido por Ibuse Masuji, que nació en un pueblo al este de Hiroshima, y que hace un barrido de vidas a partir de ese día infausto. Pero se dispone ahora de un nuevo libro, breve y capital, so- bre ese gigantesco terror colectivo: el escrito por Tamiki Hara, escritor nacido en Hiroshi- ma, en 1905, y que se hallaba en esa ciudad en agosto de 1945.
Flores de verano narra la experiencia de- vastadora en un país entonces belicista (pues esa ciudad tenía un gran arsenal, como re- cuerda varias veces su autor, al inicio del li- bro). Está dividido en tres capítulos, dispares, originalísimos, cuyos títulos carecen de con- cesiones: «Preludio a la aniquilación», «Flores de verano» ―que son flores para poner en las tumbas japonesas, el 15 de agosto― y «De las ruinas» tras la explosión. Para el es- critor y premio Nobel, Oé Kenzaburo ―que en 1963, fue allí por su parte para hacer un reportaje: Notas de Hiroshima―, Hara Tamiki es seguramente el autor, en verdad, más excepcional de los supervivientes de ese, no tan alejado, verano de 1945.
Empieza Hara Tamiki describiendo en pocas páginas la tensa situación de espera e incertidumbre, dos días antes de que Truman ordenara enviar la bomba, el 6 de agosto (los científicos y colaboradores sugirieron hacer sólo un «aviso» del arma en la costa, sin tocar en absoluto la ciudad). El cielo está tranquilo y despejado, dice, en una ciudad peligrosa- mente resguardada hasta entonces; y narra una espera enrarecida. El segundo capítulo de Flores de verano se inicia con unas flo- res que el protagonista prepara para la tum- ba de su mujer, antes del día de los muertos que se celebra en Japón, en ese momento se libra casualmente él de unirse de inmediato a éstos ―tras el inmenso resplandor, que es su fantasma―; y Hara Tamiki describe con sencillez la peor de las pesadillas, el homi- cidio en tropel, las desapariciones y encuen- tros dolorosos de mutilados o agonizantes, cierto removerse negruzco entre insectos que parecían surgir reforzados. Finalmente, las peticiones de agua, las quemaduras, los cal- cinamientos, las pieles renegridas, en fin, las muertes continuas son voces y visiones entre las ruinas amontonadas en ese «interminable bosque» de la destrucción donde no hay si- lencio, donde «siempre hay alguien que bus- caba a alguien».
Lo sucedido con esa masacre es una he- rida no cauterizada; los efectos psicológicos de dos bombas atómicas sobre poblaciones japonesas además queda resaltada hoy de otro modo por la catástrofe de Fukushima. Fue esa bomba un acto completo e instantá- neo. Produjo luego un moverse de aquí para allá, sin fin alguno muchas veces, un modo de deshacer cuerpos y conciencias que este libro ofrece en un terceto nada estridente de textos.
Hara Tamiki, nacido el 15 de noviembre de 1905, describió esos días, esos tres capítulos, entre 1946 y 1949. El libro fue censurado, como buen fragmento de «memoria histórica» que era y es, preciso, directo, certero. Y vale más que muchos otros documentos paralelos, segura- mente por su falta de grandilocuencia, por elegir un ángulo medio anónimo para contar los hechos, por situarse casi en el plano de nadie. El autor se suicidó el 3 de marzo de 1951.
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