Toros de Benjumea. Terciados, con fuerzas justas, nobles y manejables.
El Soro. Casi entera deprendida y tres descabellos (vuelta al ruedo); casi entera y descabello (dos orejas).
Daniel Luque. Estocada (oreja); estocada (dos orejas).
Román. Estocada corta (oreja); pinchazo y entera (oreja).
Plaza de Xàtiva, 17 de agosto. Casi tres cuartos.
A las 7:34 de la tarde, ante una nube de fotógrafos, hizo su aparición en el portón de cuadrillas El Soro. De ciruela y oro, el vestido. Una ovación durante el paseíllo y la plaza a coro: "Soro, Soro, Soro...". Deshecho el desfile de las cuadrillas, la gente obligó a que El Soro saludara desde el tercio.
Ya con el primer toro en el ruedo, El Soro desplegó el capote con temple. La pastueña embestida del toro de Benjumea colaboró a esa primera puesta en escena: lances a pies juntos, un racimo de chicuelinas y el remate a una mano. Picado el toro, llegó la primera prueba de fuego para El Soro: las banderillas. Fiel a sus principios, no renunció a la suerte que le dio fama. El primer par se frustró, al caer un palo; pero la segunda intentona, con dos banderillas en una mano y el palo caído antes en la otra, salió bien. Cambiado el tercio, El Soro brindó el toro de la reaparición al público, cortesía obligaba, y luego entregó la montera a su hija mayor Suzette, venida exprofeso desde México para el acontecimiento. El toro quedó ideal para la ocasión y El Soro aprovechó el momento. Mucha serenidad, toreo siempre a media altura —lo que pedía el dócil y noble astado— y, sobre todo, labor sin agobios. Sin perder la compostura y el sitio, que era el objetivo fundamental. Un espadazo desprendido y tres descabellos enfriaron la petición de trofeos. Pero la vuelta al ruedo no la perdonó El Soro, que la dio entre muestras de cariño y apoyo. El milagro parecía posible.
El cuarto, segundo de El Soro, salió con más pies que el primero. También toro con mayor cuajo. Y otra vez El Soro templado y quieto con la capa. Tres lances, a pies juntos, y una media: ligado todo ello. Las rosas casi se convierten en espinas al llevar el toro al caballo; un apuro y El Soro que tiene que soltar el capote con urgencias. Siendo toro más exigente, El Soro tampoco perdonó el segundo tercio. En este caso lo quiso compartir con sus compañeros de terna, Daniel Luque y Román, que no suelen ser habituales en esta suerte. Cumplió Luque, Román sorprendió con un par al violín y cerró la cuenta El Soro: también al violín, con un ligero quiebro cuando el toro llegó a su altura. La plaza en pie y los palos en todo lo alto. Empeñado en despejar cualquier duda, El Soro se mostró decidido. Sobre la derecha se templó más, en muletazos largos aunque no muy ajustados. Daba igual, la sensación de seguridad estaba por encima de todo. No faltaron los alardes finales, cerca de los pitones, con desprecio al toro, El Soro volvió a levantar a la gente con unas giraldillas mirando al tendido. A esas alturas la faena estaba hecha. Faena corta pero intensa. Lástima que con el estoque la suerte no fuera una aliada con la causa. Dos pinchazos y un certero descabello rubricaron una más que digna vuelta a los ruedos. Esta vez sí hubo premio: dos orejas. Premio al reconocimiento, al esfuerzo; a la fe. Atrás quedaban 20 años de sufrimientos. El sueño se había hecho realidad.
Con El Soro hicieron el paseíllo Daniel Luque y Román. No fueron convidados de piedra; ni comparsas. Cumplieron con su papel de actores secundarios en esta ocasión. Ante corrida dócil, noble y de fuerzas justas, Luque anduvo sobrado. En exceso a veces. A su primera faena le faltó un chispa de emoción, la que no tenía el toro. Siempre por encima, la partida estaba ganada casi antes de empezar. El quinto fue muy pastueño. Se recreó Luque. Volvió a mostrar la cara de un torero con oficio, seguro y con pinceladas artísticas. Hubo muletazos de regusto. Antes, de salida, había recibido Luque a ese toro de rodillas con el capote. Un alarde que reconvirtió luego, con la muleta, en toreo reposado y cálido.
Poca fuerza tuvo el tercero, al que Román templó bien con la capa. En banderillas se llevó por delante a Raúl Martí, sin consecuencias. Vista la flojedad del toro, Román lo trató con mimo. El temple, en ocasiones, fue la mejor virtud. Todo lo puso el torero para que el toro no se viniera abajo. El toreo de cercanías al final de la faena, fue como obligar al toro a dar un paso al frente. El sexto manseó. Atropello con el capote a Román, que se libró del percance. Desde el primer muletazo, el toro descubrió sus cartas: mirada a las tablas y viaje hacia ellas sin disimulo. Román lo sujetó cuanto pudo, con la muleta siempre muy pegada a la cara. Con el toro arrinconado en terrenos de toriles, Román se armó de recursos para robarle embestidas al manso.
La salida a hombros de El Soro, junto a sus compañeros Luque y Román, fue de apoteosis final.