Richard Nathaniel Wright (4 de septiembre de 1908 - 28 de noviembre de 1960) fue un escritor estadounidense de novelas y cuentos a veces controvertidos. Gran parte de su literatura hace referencia a temas raciales, especialmente aquellos que se refieren a la difícil situación de los afroamericanos en el siglo XIX. Su trabajo ayudó a redefinir los debates sobre las relaciones raciales en Norteamérica en la mitad del siglo XX.
Pagan Spain (1957年) España pagana
El escritor Richard Wright tiene que cargar
con el tremendo baldón de llamarse igual que el sicodélico teclista de
Pink Floyd (1943-2008) y, aunque no lo he comprobado, estoy segura de
que sus entradas en internet son muy inferiores a las del músico
británico. Por eso, y puesto que hace escasos meses se cumplieron
cincuenta años de su muerte, es buen momento para recordar la figura de
uno de los escritores afroamericanos más valorados internacionalmente y
poco – o nada- conocido en España, pese a que visitó nuestro país en
tres ocasiones y escribió Pagan Spain, un libro de viaje con pretensiones más sociológicas y literarias que turísticas.
Aunque la exposición siguiente revelará algunos de los
motivos por los que el libro no disfrutó de una mejor acogida, y pese a
todas las reservas que pueda suscitar la obra, sorprende que nunca haya
sido publicado en España y que la única edición en nuestra lengua sea la
de 1970 de la editorial La Pléyade, de Buenos Aires, que pasó casi
inadvertida. Es fácil de comprender que a la dictadura franquista no le
atrajera el libro teniendo en cuenta el conocido antifascismo del autor,
pero una vez terminado ese período, ¿por qué sigue sin interesar al
mundo editorial de habla hispana?
En 2008 se cumplían los cincuenta años de su aparición y con ese motivo, la revista trimestral Mississippi Quaterly
publicó un ensayo de Nancy Dixon en el que pretendía dar respuesta a
esa pregunta entrevistando a hispanistas norteamericanos y españoles.
Que yo sepa, en España, salvo breves artículos sobre Richard Wright a
cargo del profesor Emilio García Gómez, en los que sin llegar a
profundizar y de manera fugaz menciona España pagana, son pocas
las referencias no sólo a ese texto sino al propio autor. Es de suponer
que si existieran departamentos de estudios afroamericanos en nuestro
país Richard Wright estaría incluido en sus programas. Admito que la
única constancia que tengo es la de Isabel Soto, en la actualidad
profesora titular de filologías extranjeras en la Universidad Nacional
de Educación a Distancia, y especialista en literatura afroamericana
quien, consultada por Nancy Dixon acerca de Pagan Spain, también hizo notar su extrañeza ante la prolongada omisión.
Los estudiosos de Richard Wright tampoco han debido encontrar
dentro del mundo del hispanismo español y americano muchos más nombres
interesados en analizar el libro, a juzgar por las pocas entradas que
figuran en diferentes bibliografías. Por ejemplo, en ¿Se equivocó Richard Wright? Una mirada a España pagana,
un ensayo de la mencionada Nancy Dixon, además de los citados García
Gómez y Soto, sólo aparecen el tangerino José Luis Delgado Guitart,
profesor de creatividad, diseño y comunicaciones visuales en la
Universidad de Massachussets, y María de Guzmán, profesora de literatura
comparada y directora de estudios latinos en la Universidad de Carolina
del Norte en Chapel Hill. Guzmán es autora del libro Spain’s Long Shadow,
en el que analiza cómo “la sombra alargada” de España cubre varias
visiones del país desde el siglo VIII hasta nuestros días, realizadas
por varios escritores, incluido Wright. A estos nombres hay que añadir
el de Manuel Delgado, profesor de Antropología del Departamento de
Antropología Social e Historia de América y África de la Universidad de
Barcelona quien, en su artículo La “religiosidad popular”. En torno a un falso problema, se hace eco de algunas de las observaciones de Wright sobre la religión en España.
¿Pero quién era Richard Wright?
Richard Nathaniel Wright nació en 1908 en Mississippi y tuvo
una infancia difícil. Su padre abandonó a la familia cuando él y su
hermano eran pequeños, su madre enfermó y Richard se vio obligado a
trabajar desde muy joven para ayudar a sacar adelante a los suyos. En
las horas amargas de la infancia y adolescencia se refugiaba en los
libros, que fueron formando su afición por la escritura, desarrollada
con éxito a edad temprana. En 1938 se afilió al Partido Comunista y
publicó el libro de relatos Uncle Tom's Children (Los niños del Tío Tom)
que, además de situarlo en un lugar prominente como escritor, influyó
favorablemente para que le concedieran la beca Guggenheim.
Desde Chicago, donde se había instalado, Wright se trasladó a Nueva York. En 1940 escribe y publica Native Son,
posiblemente la novela escrita por un negro más leída por blancos (diez
años después se llevaría al cine interpretada por el propio autor). En
1945 volvió a conseguir otro sonado éxito de crítica y ventas con Black Boy, un libro autobiográfico que lo situaría en el lugar prominente que todavía ocupa.
Wright se casó dos veces, ambas con mujeres judías. La
primera, Dinnah, era bailarina y su unión duró poco. Con la segunda,
Ellen, tuvo dos hijas, Rachel y Julia, y vivió con ella casi hasta su
muerte. La pareja se separó un año antes del fallecimiento del escritor.
Y es que, por qué ocultarlo, Richard Wright fue un terrible mujeriego
al que se le conocieron muchas aventuras amorosas de mayor o menor
intensidad. Ellen, durante uno de sus romances extra-matrimoniales, le
había dicho que estaba destruyéndole su vida, a lo que Wright respondió:
“Si se trata de elegir entre tu vida y la mía, elijo la mía”. Eso no
impidió que, a la muerte de Wright, como viuda oficial, Ellen ejerciese
de albacea y se ocupara de mantener viva la memoria del escritor.
En 1948, harto de las actitudes racistas que sufría en Nueva
York, Wright decidió exiliarse voluntariamente a Francia e instalarse en
París con su mujer y su hija Julia (Esther nacería poco después). No
podía sospechar el aún joven Richard que doce años después (el 28 de
noviembre de 1960) habría de morir en esa ciudad, ni que sus cenizas,
enterradas en el cementerio de Père Lachaise, iban a reposar al lado de
las de Isadora Duncan.
Lo que Wright tampoco podía imaginar al mudarse a Francia es
que los brazos de América eran lo suficientemente largos y poderosos
como para alcanzarlo y que, años más tarde, iba a tener que sufrir la
persecución de la CIA incluso en un país tan alejado. Wright había roto
relaciones con el Partido Comunista en 1942 y había hecho desde
entonces numerosas declaraciones públicas sobre el Partido. Como las
realizadas en The God that failed (1949), un libro
colectivo que reunió las firmas de André Gide, Arthur Koestler, Louis
Fischer, Stephen Spender, Ignazio Silone y el propio Wright, algunos de
ellos antiguos comunistas de diferentes nacionalidades, que expresaron
su desilusión y posterior abandono del partido. Al parecer, Wright
sustituyó a Hemingway en la representación norteamericana porque Ernest
no quiso participar en el proyecto. Pese a su cambio de actitud, Wright
pasó a integrar la famosa lista negra elaborada por el senador Joseph McCarthy.
En París, su ideología marxista le había hecho entrar en
contacto con otros escritores franceses de izquierdas, como Sartre,
Beauvoir y Camus, a los que había conocido durante la estancia de éstos
en Nueva York, al igual que otros compatriotas escritores negros, como
James Baldwin, Chester Himes y Ralph Ellison. Formaban una compacta
“tribu” que se interrelacionaba con relativa cordialidad (no hay más que
leer Not Without Love: Memoirs, la autobiografía de Constance Webb,
para comprobarlo), con los cafés Tournon y Monaco como principales
lugar de encuentro. Pero en aquellos años eran los americanos blancos
los que ocupaban posiciones predominantes en la cultura parisina. Su
máximo exponente era Gertrude Stein. Cuando ésta publicó Wars I Have Seen (Las guerras que he visto),
Wright escribió una crítica muy favorable, que ella agradeció por
carta. Fue el inició de una intensa correspondencia y de una amistad
que, pasados los años, se rompería de manera fulminante durante uno de
los arrebatos de la dama, poco antes de que ésta muriese. Con su pareja
Alice Toklas, Gertrude Stein se dedicó durante décadas a recibir en
París a personajes destacados de la vida cultural, Wright entre ellos,
que acudían en peregrinación a sus salones. Desde su pedestal de papisa
de las artes y las letras, Gertrude pontificaba, asesoraba e incluso, en
la plenitud de su poder, instaba a emprender acciones de “alto riesgo”.
Concretamente, me refiero al empeño que puso en que algunos escritores
vinieran a España durante la Guerra Civil, como en el caso de la poeta, y
millonaria, Nancy Cunard, o el escritor Langston Hughes. A Richard
Wright, perteneciente -o simpatizante como ellos en algún momento de sus
vidas- al Partido Comunista, también lo instó a viajar a nuestro país
cuando el escritor andaba a la búsqueda de lugares en los que indagar
sobre diferentes religiones y sociedades. Y lo hizo con estas palabras:
“Dick, tienes que ir a España... Así verás cómo se ha creado el mundo
occidental”. A Wright le llevaría diez años aceptar la sugerencia.
Teniendo en cuenta que Gertrude Stein y Alice B. Toklas,
judías y lesbianas, sobrevivieron sospechosamente en la Francia ocupada
por los nazis; que Stein se había manifestado en contra del progresista New Deal
que el presidente Franklin D. Roosevelt aplicó entre 1933-1940 en
Estados Unidos y, sobre todo, que durante la Guerra Civil española
mantuvo una actitud de apoyo hacia Franco, la propuesta de que un
confeso comunista visitase un país gobernado por el fascismo, aunque
fuera con la peregrina intención de “descubrir la creación del mundo
occidental”, resulta ambigua o, cuando menos, ingenua. La sugerencia la
respaldó el matrimonio Myrdal (formado por un economista sueco que
obtendría el Premio Nobel de Economía en 1984, Gunnar Myrdal, y una
empleada de la UNESCO, Alva Myrdal), que veían a España como un país
“primitivo pero encantador”, según las palabras de la propia Stein,
fascinante para ser estudiado. Puede que tuvieran razón, pero no por el
motivo que había apuntado Gertrude Stein, ya que en ese momento España,
aislada del resto de Europa, daba una imagen muy sesgada del mundo
occidental, sometida a una dictadura y anclada en un catolicismo
ultramontano.
Viaje a España
La propuesta de Gertrude Stein acabó con el tiempo dando su fruto.
Wright fue preparándose para el viaje a España y “haciendo los deberes”.
Tal y como dice en el capítulo 35, leyó España en su historia, de Américo Castro (posteriormente reeditada como La realidad histórica de España), y España,
de Salvador de Madariaga, y a Miguel de Unamuno. Repasó la ruta de
museos, catedrales y basílicas más importantes a las que luego acudiría
con fines antropológicos y, es de suponer, que releería a su compatriota
Hemingway para refrescar sus conocimientos taurinos. Como también es de
suponer que revisaría sus escasos conocimientos de español, que
adquirió durante los meses que vivió en Cuernavaca y, posteriormente,
mientras se rodaba Native Son en Argentina. Fuese como fuese, y
venciendo las reticencias de sus editores, que no compartían en absoluto
su entusiasmo, en 1954, en medio de un agosto tórrido, Richard Wright
emprendió en su Citroën su primer viaje a España.
Su amiga Dorothy Padmore le había aconsejado antes de salir:
“Ten cuidado cuando estés allí, no creo que te sintieras muy a gusto en
una cárcel franquista”. Wrigh le había tranquilizado diciéndole que “no
tenía intención de despotricar contra Franco ya que sólo estaba
interesado por las personas y la cultura españolas”. Sin embargo,
conforme se acercaba a Le Perthus, el puesto fronterizo francés, se iba
poniendo más y más nervioso. Franco llevaba ya dieciocho años
ejerciendo de dictador, pero el escritor no estaba muy seguro de que
fueran suficientes para que su pasado comunista y las declaraciones
antifranquistas que había hecho durante la Guerra Civil hubieran sido
olvidadas del todo. Según narra en el libro, cuando se detuvo en una
gasolinera y un guardia civil armado le golpeó en el hombro, él se dijo:
“Ha llegado el momento”. No obstante, y gracias al empleado de la
gasolinera, que hablaba francés, se enteró de que el guardia civil no
pretendía detenerlo, sino pedirle que lo llevara en su coche.
Puede parecer extraño que alguien como Wright transitara
despreocupadamente por un país en el que la sola mención de la palabra
“comunismo” era capaz de poner en marcha toda una maquinaria represiva.
Pero esa maquinaria no debía funcionar con mucha eficacia si recordamos
también la cantidad de veces que atravesó la frontera franco-española
la millonaria Nancy Cunard, cuando ya había dejado de serlo y se
entregaba activamente a luchar contra la dictadura franquista. Por otra
parte, Wright, cuyas lecturas no le hacían ajeno a la situación que
vivía España en la década de los 50 del pasado siglo, en las anotaciones
tomadas para La España pagana, que en un principio iba a titularse Lonesome Spain ( La España solitaria),
había señalado: “No estoy de acuerdo con la situación actual del país,
pero mi labor en este libro no es tanto la de condenar como la de
entender y presentar mi entendimiento a los otros”. De hecho, en una de
las cartas de recomendación que llevó a España, dirigida por Arturo
Vallas al entonces director general de Turismo, Mariano Urzaiz, duque de
Luna, se dice que “el distinguido escritor norteamericano está de
visita en España haciendo el descubrimiento humano de nuestras gentes”,
lo que le excluía de cualquier acción de tipo político. Para Wright, en
esos momentos España era únicamente el lugar perfecto donde explorar las
minorías, en las que, por cierto, el investigador metía en un mismo
saco a “protestantes, judíos, vascos y gitanos”.
Para pergeñar La España pagana, Richard Wright realizó
a nuestro país tres viajes con una duración total de cuatro meses. El
primero, como se ha dicho, en agosto y septiembre de 1954; el segundo,
desde comienzos de noviembre hasta mitad de diciembre de ese mismo año; y
un tercero, desde el 21 de febrero hasta finales de abril de 1955.
Durante su estancia, además de las notas que tomó con fines literarios,
llevó un diario personal que se conserva junto con el resto de sus
papeles en la Biblioteca de manuscritos y libros raros Beinecke, en la
Universidad de Yale. La colección, compuesta por cartas, borradores de
manuscritos, fotografías, recibos, recortes de periódicos y dietarios
escritos a mano, ocupa 136 cajas de color crema que permanecen allí
desde que su viuda las vendió a la universidad en 1976. En una reciente
visita a Yale tuve la oportunidad de revisar los documentos y fotos de
Wright. La cantidad de apuntes que tomó durante su estancia en España es
tan enorme que seguramente le perjudicó a la hora de publicar el libro.
Los editores (que, como se ha dicho, en principio ni siquiera veían con
buenos ojos el proyecto) esperaban un manuscrito no superior a las 350
páginas y Richard les entregó cerca de seiscientas. De manera que le
obligaron a recortar el original con bastante poco acierto, ya que
omitieron buena parte de lo que, a mi juicio, era más interesante, y
mantuvieron en cambio una tediosa transcripción de Lecciones para las Flechas, de la Sección Femenina, que ocupa mucho más espacio del que debiera. Pero a mi juicio, no es ése el único inconveniente.
Wright ya había alcanzado la cumbre de las letras afroamericanas con Native Son y Black Boy (a día de hoy, todavía lectura obligatoria en todos los centros educativos de Estados Unidos). La publicación de Pagan Spain
no contribuyó a aumentar su prestigio. La crítica, sin embargo, no se
ensañó esta vez con él sino con el editor, al que culparon de haber
metido la tijera donde no debía. Según quienes habían leído la totalidad
del original, éste contenía “apasionantes historias, retratos de
personajes muy interesantes y diálogos de alto nivel” que habían sido
suprimidos dejando en cambio el mencionado ideario falangista. En el
suplemento literario del Times del 15 de abril de 1960 se alababa lo bien que Wright había entendido “la España moderna”, y en The New York Times,
Herbert Matthews escribía: ”Es un libro provocativo, perturbador… Los
españoles lo odiarán y los católicos romanos se quedarán consternados,
pero a otros lectores les parecerá apasionante”. Debo admitir que, sin
llegar a odiarlo, estoy de acuerdo con quienes aludían al valor que
había que tener para escribir sobre un país en el que había estado tan
poco tiempo. Y también con aquellos a los que no se les pasaron por alto
varios detalles que restan entidad e incluso credibilidad al ensayo.
Uno de ellos podría ser que nunca mencione los nombres y
apellidos de sus interlocutores, aunque éstos sean banqueros famosos, o
profesores de leyes. Dice, por ejemplo, “una de las mayores autoridades
en lo que a la situación política se refiere”, o un periodista conocido
del que no quiere dar su nombre y sólo proporciona la inicial (G). La
misma vaguedad de datos la utiliza al hablar de lugares: “uno de los
restaurantes más prestigiosos”, “el bar de uno de los más famosos
hoteles de la ciudad”. También resulta bastante extraordinario,
considerando que se está hablando de la década de los años 50 del pasado
siglo, que muchos de los españoles con los que se encuentra sepan
varios idiomas. De este modo, en Barcelona puede hablar francés con el
peluquero (la cercanía con Francia y la similitud con la lengua catalana
puede hacerlo plausible), y en Sevilla hablar inglés con la hija de la
dueña de la pensión (algo bastante más improbable).
En la excelente biografía de Carmen Laforet escrita por Anna
Caballé e Israel Roldán, se habla del primer viaje de la novelista a
Estados Unidos en 1965 (diez años después que el de Wright a España), y
de cómo un matrimonio mexicano mostró su extrañeza al saber que Laforet
iba a hacer un viaje por los Estados Unidos para conocer el país sin
saber inglés. Cito: “Pero hablamos de una época, de unas generaciones
españolas que cuando salían al extranjero debían hacerlo sin ninguna
preparación, más que la lengua materna”. Este comentario corrobora de
alguna manera los motivos de mi extrañeza. Que vuelven a hacerse
evidentes ante las declaraciones procedentes de una americana, ciudadana
española por matrimonio, quien le dice a Richard Wright que en España
todo el mundo habla de sexo, incluso los niños de seis años. “Si no me
cree pregúntele a un niño español de seis años algo sobre sexo. Sabe más
que cualquier hombre americano de veinte años”, manifestación que llena
de perplejidad.
Pagan Spain (La España pagana), tal y como se publicó,
consta de cinco partes y combina la narración en primera persona con
reflexiones sobre el país y el comportamiento de los españoles. El
borrador que tuve en mis manos contaba con otros capítulos, como Gods for Sale (Dioses en venta), una sección dedicada a los gitanos; The Love of Death (El amor a la muerte), dedicada a los toros; The World of Catholic Power (El mundo del poder del catolicismo),
en donde Wright pretendía tratar el catolicismo no desde un prisma
religioso sino “como instrumento de control sobre el individuo”, y Spain in Exile (España en el exilio),
un intento por describir la visión de los españoles en el exilio
parisino. Ante la exigencia editorial, todas estas partes sufrieron un
efecto reductor y el libro quedó desestructurado. Se omitieron las
observaciones sobre paralelismos que Wright encontraba entre los
afroamericanos y los protestantes y los gitanos que vivían en España, en
ambos casos españoles considerados ciudadanos de segunda categoría. O
las que hacía cuando afirma que “España es un país gobernado en el
nombre de Dios… La población española es una gran familia. Dios es el
padre; el Papa representa a Dios; y Franco representa al Papa… Estoy en
contra de Franco, pero siento una enorme simpatía por los españoles y
por cómo se las han arreglado para vivir y yo me limito a exponerlas”.
Además de una extensa sección dedicada a los toros, lamentablemente Pagan Spain
omite del manuscrito original de Wright el encuentro con Pío Baroja,
con el que entabla una conversación algo surrealista con (o a pesar de)
la ayuda de un intérprete; las visitas a museos, como El Prado, y varias
docenas de interesantes páginas dedicadas a sus visitas Córdoba y
Valencia con sus impresiones sobre las Fallas. Asimismo, el recuento de
sus estancias en Barcelona, y sobre todo en Sevilla, están
sustancialmente recortadas, así como la visita a Zaragoza, que sólo se
la menciona brevemente en el libro.
Faith Berry, en el prólogo de la edición inglesa de 1994 para
Harper Perennial, señalaba lo feliz que se habría sentido Wright de
haber visto cumplidos sus deseos de que en la España de hoy en día se
viva en democracia, que ya no se vean guardia civiles con las armas al
hombro, que Sevilla ya no presente su imagen de pobreza, que las calles
de Madrid no estén transitadas por burros y que Barcelona use las plazas
de toros para conciertos en vez de para las corridas, “ese espectáculo
glorioso y bello pero terrible y criminal” a decir de Wright.
Por mi parte, creo que él también se habría sentido feliz si Pagan Spain,
pese a sus enormes deficiencias, se hubiera publicado en España. Al
menos hoy ayudaría a que los españoles se familiarizaran con el nombre
de Richard Wright, el escritor, que no el músico. Esa es mi pretensión
desde estas páginas.
ご意見、ご質問等ございましたら、 <ernestotaju@yahoo.co.jp> へ。