Valdemorillo (Madrid).
Se lidiaron toros de Luis Algarra, bien presentados. El 1º, noble y
falto de raza; el 2º, noble, flojo y rajadito; el 3º, casi inválido; el
4º, descastado; el 5º de buen pitón izquierdo; el 6º, manejable. Dos
tercios de entrada.
David Mora, de rosa palo y oro, estocada (oreja); estocada trasera (oreja).
Arturo Saldívar, de catafalco y oro, estocada (silencio); pinchazo, estocada corta (silencio).
Cinco meses después nada quedaba. Ni rastro del horror que pasó Manuel Escribano en Sotillo de la Adrada. Tan cerca que le abordó la muerte con una cornada en la vena ilíaca. Sin huellas del camino llegó a Valdemorillo. Una larga cambiada a portagayola, así, en frío, para despejar dudas y un lance, tal vez dos, con toda la cadencia a cuestas. Puso banderillas, se ajustó, resolvió, el de antes, el de ahora y remató el tercio con uno al violín. Hubo en la faena asentamiento. Si el toro de Algarra tenía nobleza, le faltó raza para empujar hasta el final. Le consintió el sevillano, impecable en la colocación y en la capacidad para tirar del toro. Frío el ambiente. No importa, los números no siempre dicen la verdad.
Volvió a irse a la puerta de chiqueros, fe de acero, y quitó después por ajustadas gaoneras con el cuarto, pero nada parecía trascender hasta que se jugó de nuevo los muslos y el corazón en un par de banderillas sentado en el estribo, de auténtico infarto (había apretado el toro antes encima) y el desenlace fue volcánico. Ya sí parecía que las cosas ocurrían de verdad. Se paró casi en seco el toro cuando llegó la hora de la muleta, no el torero. Sobrado, sobradísimo de facultades, y como para seguir viéndole en las ferias. Tiene muchas cosas buenas más allá de un triunfo y atravesado el doloroso umbral de la cornada. Hoy le podemos ver de nuevo aquí, en la polémica sustitución de Alberto Aguilar, que sigue herido. Escribano suma al cartel. También lo hubieran hecho Fernando Cruz o Alberto Lamelas que, por méritos propios, se ganaron su puesto hace justo un año, en esta misma plaza.
El nombre era Escribano, Manuel Escribano. Apúntelo. Merece la pena, también pegarse el paseo de venir a Valdemorillo. Y olvídense del frío, eso ya forma parte del pasado.
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