También en Jaón sobreviven noches estivales cálidas, húmedas e inmisericordes. ¿Cómo se las arreglarían para soportarlas aquellas paniaguadas generaciones que ni capaces fueron de idear ese portentoso fruto del pensamiento que es el airecondicionado?
Allá en Roma clásica, corría el siglo primero, cuando, como todo el mundo sabe, en sendas tórridas noches de julius al emperador Nerón le dictó su mal temperamento, exacerbado por el riguroso calor estacional, asesinar a su madre Agripina, guillotinar a su hermano Británico, cargarse a su esposa Octavia, y fusilar a su maestro Séneca (el cordobés). Y en otra noche canicular (por si el lector lo ignora, en la primera década de augustus) cuando miraba obseso el mercurio almadenense de su termómetro, vislumbró el peligroso germen de la democracia en el impertinencia de que estuviese tan sudado y empapado como un vil esclavo. {Ernesto Mr. T es esclavo de trabajo.] Decidió cortar por lo sano [=思い切った処置をとる]. Así que pegó fuego a Roma, con lo cual se refrescò, bien que fuera de modo relativo, y quedó a salvo el principio de autoridad. ¿Pues qué se habrían creído?
A lo largo de la historia, todas las desgracias de la desgraciada humanidad fueron amasadas, como es notorio, con ira, rabia, enojo, cólera, despecho, ensañamiento y ferocidad durante o a consecuencia de una mala noche en vela y como todo el mundo sabe por experiencia, las peleas conyugales, las riñas matrimoniales, los litigios connubiales, aumentan en frecuencia y encono durante la estación estival.
¿Qué tiene que ver todo esto con las campanillas llamadas fuu-rin que cuelgan en Japón de los aleros de las ventanas durante los veranos y que suenan mecidos sus badajos por el viento? Presumiblemente mucho, como hemos de ver.
No se sabe cuándo ni cómo empezó esta costumbre veraniega de cologarlas, sí se puede afirmar, sin embargo, que a lo largo de la época Edo se fue arraigando su uso y extiendo por todo el país, y su empleo ha llegado a nuestros días, hasta el punto de haberlos convertido en una auténtica alegoría del verano.
Se fabrican principalmente de metal, porcelana o cristal. Los más sencillos constan únicamente de la campana, en forma de una copa de coñac invertida, de cuyo badajo cuelga una cinta de papel, la cual movida por el viento, le hacer que golpee produciendo el sonido. En los más historiados el cascabel pende de algún elemento decorativo, generalmente de metal, por ejemplo, una barca con su remero, la figura de una pagoda, de un templo, de una casa, animales,etc. Se ven también frecuentemente colgando de una pequeña estructura de madera y pajas en forma de tejadillo.
En las noches calientes y húmedas del verano japonés, las gentes antaño (y las de hogaño que no gustan del frío artificial) se refrescaban por medios má primitivos y artesanales, y si se quiere más sano tembién; primero se achicharraban en un baño abrasador del que salían a habitaciones muy amplias: el modo antiguo de construir permitía unir en un gran salón casi toda la casa, desmontando los paneles corredizos, llamados karakami, que las dividían en pequeños compartimientos. Abrían las ventanas para que se formaran corrientes de aire, que cuando faltasen recurrían al abanico o al paipai uchiwa. Para completar el cuadro: una brizna de brisa, que raras veces niega la madre naturaleza, la cual bastaba para que el sonido claro, agudo, transparente, diáfano, lozano y refrescante de las campanillas llevase a sus almas la sensación de comdidad, la tranquilidad y la calma.
Aunque admito, obviamente, que en la historia no son pertinentes las hipótesis, no me cabe la menor duda de que si Nerón se hubiera metido en un baño abrasador, se habría abstenido de achicharrar a sus conciudadanos y con sólo que hubiese colgado campanillas japonesas de los capiteles de su palacio, le hhabría volado el estrés inherente a su imperial posición, ahorrando a su conciencia dos parricidios, un fratricidio y un suicidio. De haber hecho Stalin lo propio, le habría bajaddo convenientemente la presión arterial y hubiera dormido como los angelitos. En cuanto al presidente Truman, con sólo que hubiera escuchado el son refrescante de las campanillas tomando un té verde sobre el tatami de una granja japonesa, ni le habría pasado por el coco la idea de masacar a las pacíficas poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.
En el año 1600 Tokugawa Ieyasu derrotó a la familia Toyotomi en la batalla de Sekigahara, afianzó así su poder y trasladó la capital a Edo (actual Tokio, no Tokoname) dando comienzo a la era de dicho nombre. Entre 1639 y 1854 Japón, aislado de casi todo contacto con el mundo exterior, continúa desarrollandose social, cultural y económicamente. El teatro kabuki, las marionetas del bunraku, el arte del ukiyo-e, la ceremonia del té... se crean, llegan a su forma definitiva o se expanden en estos doscientos años. Simultáneamente la artesanía, el folclore y las costumbres van conformando la forma de la vida japonesa que hoy conocemos, entre ellas estas apacibles campanillas fuu-rin que suenan tranquilizandoramente al compás de la brisa del estío, con un tañido tan sereno que además de alegoría de verano, bien podrían substituir a lapaloma como símbolo de la paz.
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